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ESCRIBIR NOVELA NEGRA EN LATINOAMÉRICA

«Vio trágicas historias del hampa; éstas, sin duda, incluían errores, éstas, sin duda, incluían imágenes que también lo eran de su vida anterior; Villari no las advirtió porque la idea de una coincidencia entre el arte y la realidad era ajena a él».

La Espera

Jorge Luis Borges

 

La novela negra contemporánea de América Latina cuenta con grandes ejemplos, como el detective Mario Conde, de Leonardo Padura, y Frank Molina, de Mario Mendoza, quienes siguen una tradición que se puede rastrear desde las novelas El complot mongol, de Rafael Bernal, Triste, solitario y final, de Osvaldo Soriano y Pasado Negro, de Rubem Fonseca, hasta muchas otras que, quizá desde antes que las ya nombradas, han marcado la importancia del género en Suramérica. Casi puedo asegurar que la mayoría (si no todos) los países de Latinoamérica cuentan con al menos un escritor que dio o está dando vida a un detective de novela negra, con todas las particularidades que eso implica.

 

La pregunta que surge a los creadores de la región es: ¿Cómo ha de desarrollarse el género en Latinoamérica, cuando la justicia no siempre llega?

 

Ese quizá es el problema más difícil que tiene que afrontar el escritor latinoamericano, cuyos referentes inmediatos y reales de justicia y efectividad policial no son siempre plausibles para la veracidad de la novela o relato que quiere escribir, pues una cosa es lo que dicta la tradición literaria y otra muy distinta lo que se ve en las calles.

 

En 1973, el argentino Osvaldo Soriano en su obra Triste, solitario y final, toma prestado a Philip Marlow —personaje creado por Raymond Chandler— y lo pone en las calles de Los Ángeles para hacer que el detective busque la razón por la cual Stan Laurel[i] no encuentra trabajo.

 

La tradición de tomar personajes prestados de la literatura y adaptarlos a nuevos trabajos puede remontarse incluso a los griegos, pero no encontramos uno de los casos más contundentes hasta 1614, cuando se publicó la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pero esta vez no escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, sino por Alonso Fernández de Avellaneda. El libro, que más que un homenaje parece un insulto a los personajes de Sancho y el Quijote, despertó el odio inmediato de Cervantes a tal punto que, habiendo demorado la segunda parte del Quijote durante nueve años, en 1615 —un año más tarde de la edición del Quijote de Avellaneda—, se publicó la segunda parte del Quijote de Cervantes, y, para asegurarse de que nadie más tomara prestado su personaje, el autor no solo se encargó de matar a Alonso Quijano, sino que también acabó por completo con el Quijote:

 

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres dieron el nombre de bueno.[ii] 

 

El escritor latinoamericano puede enfocarse también en un crimen que haya sucedido en la vida real, tal como lo hicieron Simón Ospina Vélez y Juan José Gaviria en su obra Para matar a un amigo, en la que siguieron la tradición propuesta por Truman Capote en A sangre fría, para la que se necesita un rigor investigativo que raye en la obsesión, así como también lo muestra Rosa Montero en La loca de la casa:

 

Capote investigó el caso durante tres años; conoció a los asesinos, que estaban en la cárcel condenados a muerte, e intimó con ellos. Escribió la obra casi en su totalidad, y luego esperó durante otro par de años a que ejecutaran a los criminales para poner el capítulo final y publicar el libro.[iii]

 

Ospina y Gaviria dan vida a un detective ficticio para recrear uno de los tantos casos de homicidio en la ciudad de Medellín, que, si bien era una de las ciudades más violentas del mundo para la época en que sucede la historia, no había visto hasta entonces un asesino representante de la clase alta como lo es Juan Camilo Mejía, alias Milicio. El libro es una radiografía de la sociedad colombiana y del daño que le hizo el narcotráfico al país, pero lo verdaderamente interesante es que los autores se valen de un hecho real y documentado para contar un relato con todos los matices de ficción, al punto de crear una novela negra que refleja una investigación dedicada, la cual es también alimentada con escenarios ficticios para dar más fuerza a la historia.

 

¿De dónde vienen las ideas para la novela negra? Osvaldo Reyes, uno de los exponentes más importantes del género en Panamá, dice en su libro de cuentos de crimen y misterio, 13 gotas de sangre:

 

Las ideas vienen del mundo alrededor de nosotros. De eventos cotidianos que guardamos de forma inconsciente hasta que un buen día, cuando menos lo espera, dos o tres ideas se mezclan y presenciamos el nacimiento de una buena idea.[iv]

 

Este pensamiento es un buen resumen de la creación literaria; ya decían los mayas que la poesía surge cuando dos palabras que no se habían visto jamás se encuentran por primera vez. Justamente, Osvaldo Reyes cuenta que El efecto Maquiavelo se le ocurrió durante su turno nocturno de doctor en el Hospital Santo Tomás cuando notó que alguien había subido el goteo del medicamento de uno de sus pacientes y la única respuesta que obtuvo por parte de unas trabajadoras del hospital fue que se podía tratar de la «enfermera fantasma». Lo primero que Reyes pensó fue que todo estaría bien siempre y cuando no se tratara de alguien que, disfrazado de médico, hubiera entrado al hospital para asesinar a sus pacientes, y después nació la idea que hoy vemos materializada en la primera de sus novelas publicadas.

 

Leonardo Padura crea al detective cubano Mario Conde, protagonista de nueve novelas hasta el momento. Conde es un hombre desencantado de las instituciones que rigen la sociedad, no comparte la moral del régimen y reflexiona sobre este de manera muy crítica. Más que un detective, es un cubano con sueños de escritor, cansado de andar en guaguas y de rebuscar para el ron y el café del día, y, aun así, no deja crimen ni misterio sin resolver. En palabras de Padura:

 

Así, con mayor o menor carga de novela policial, pero siempre con más intenciones de novela social y reflexiva, las historias de Mario Conde me están sirviendo —es el caso de La neblina del ayer, de Herejes y de La transparencia del tiempo— y me servirán en el futuro para tratar de esbozar una crónica de la vida cubana contemporánea, en su evolución e involuciones, siempre desde mi punto de vista, que no es el único ni el más certero, pero que expresa una visión propia de una realidad que vivo cada día.[v]

 

Escribir novela en Latinoamérica no sólo es seguir la tradición, sino que se trata también de buscar la luz dentro de la oscuridad que el crimen y el misterio no quieren que develemos, tal como lo han hecho y seguirán haciendo los grandes exponentes, los no tan conocidos e incluso aquellos que no se atreven a mostrar sus obras aún. Escribir y leer novela negra en un mundo de injusticias, en el que la balanza se está inclinando siempre a favor de la maldad y la corrupción, es recordarles asiduamente a nuestras consciencias que, a pesar de todo lo que está mal, siempre podemos hacer el bien, así como lo hace cualquier detective que, en búsqueda de la verdad, sigue su estricto código moral, aunque vaya en detrimento de sus deseos más humanos.

 

Arturo Torres Moreno

Ciudad de Panamá

18 de septiembre de 2019

 

[i] El gordo y el flaco.

[ii] Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha. Editorial Juventud. 1975. Pág. 1063

[iii] Rosa Montero, La loca de la casa. Editorial Alfaguara. 2003. Pág. 89

[iv] Osvaldo Reyes, 13 gotas de sangre cuentos de crimen y misterio. Editorial Exedra. 2014. Pág. 109.

[v] Leonardo Padura, Agua por todas partes. Tusquets editores. 2019. Pág. 125.

20 septiembre, 2019by Arturo Torres Moreno
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EL DETECTIVE EN LA NOVELA NEGRA: ANTECEDENTES Y PARTICULARIDADES

«La lectura de novelas policíacas es uno de los pocos divertimentos intelectuales que persisten en lo que aún le queda de intelectual a la humanidad».

   Fernando Pessoa

Textos de reflexión personal

 

Aunque hay quienes encuentran atisbos detectivescos en algunos textos previos al siglo XIX, tal como en el capítulo trece de Daniel, que no aparece en la Biblia por ser un libro deuterocanónico y en el que se relata un hecho en donde Susana es acusada de adulterio por dos ancianos libidinosos, y, Daniel, con tan solo doce años de edad, interroga por separado a los dos individuos para comprobar que mienten. Como este episodio, son muchos los sucesos que han marcado a la literatura, pero no es posible tener detectives antes de que estos existieran como concepto, tal como lo plantean María José Álvarez y Manuel Broncano en su ensayo En torno al relato policial: Poe y Daly. Dos padres del género, donde aseguran:

Para contribuir a esta afirmación debemos añadir que el vocablo «detective» aparece por primera vez en el siglo XIX. The Oxford English Dictionary señala 1845 como la primera fecha de aparición de esta palabra en un texto escrito, dos años después de 1a publicación de Poe.

Pero Poe no inventó la palabra, pues ya se conocía la existencia de detectives privados como Vidocq, quien pasó de ser un notorio criminal a trabajar de civil para la policía, lo cual no era un secreto para Poe, ya que en su cuento «Los crímenes de la calle Morgue», deja entrever el homenaje que le hace a François Vidocq, cuando dice:

Vidocq, por ejemplo, era un excelente adivinador y un hombre perseverante; pero como su inteligencia carecía de educación, se equivocaba con frecuencia por la misma intensidad de sus investigaciones[i].

Esta mención resulta fundamental si tenemos en cuenta que Vidocq es considerado el primer detective privado, y su influencia es tan fuerte que podemos ver rasgos conscientes o inconscientes a lo largo de la tradición literaria que representa al género, incluso cuando hablamos de un detective contemporáneo como Easy —creado por Walter Mosley—,  un negro que se  mueve en el bajo mundo y que hace los trabajos de investigación para los blancos que, por razones raciales, no pueden entrar a ciertas áreas destinadas solamente para el gueto. El detective de Mosley se justifica por una necesidad imperativa de los blancos que le contratan, así como la policía, en su momento, se vio obligada a contratar a Vidocq a pesar de su pasado delictivo.

Para entender la novela negra es necesario primero comprender sus antecedentes, ya que, si bien Edgar Allan Poe es el padre del género detectivesco o cuento policiaco, este no es considerado novela negra, sino quizá un género más grande que lo cobija. La novela negra puede considerarse un fenómeno posterior con particularidades propias y caracterizaciones que diferencian por completo al detective del siglo XIX del detective del siglo XX.

Si bien el primero parecía un genio matemático de la deducción, el segundo, el propio de la novela negra, es un detective que se ensucia las manos, que da y recibe puñetazos y que es tan violento como la clase de crimen que busca combatir. El detective de Poe, al igual que el de Agatha Christie y el de Arthur Conan Doyle, es un personaje «aburguesado», con un lugar en la sociedad, que se codea de manera constante con los altos cargos e, incluso, puede ser considerado su aliado; por otro lado, Raymond Chandler, a través de sus dos cuentos y siete novelas, con su icónico personaje Marlowe, marcó las condiciones necesarias para caracterizar el arquetipo de detective en la novela negra.

Marlowe es el primero en ser consciente de sus diferencias con los detectives padres del género; por eso, en el capítulo veintinueve de la novela Adiós, Muñeca, se refiere a uno de los policías que lideran la investigación de la siguiente manera: «Randall empujó en mi dirección la taza vacía y se la volví a llenar. Sus ojos examinaban mi rostro, arruga por arruga, poro a poro, como Sherlock Holmes con su lupa o el doctor Thorndyke con la suya»[ii], en referencia a los detectives de Arthur Conan Doyle y Richard Austin Freeman respectivamente. Chandler entiende que los investigadores del género detectivesco se regían por un raciocinio frío y contundente, y que los detectives del hardboiled —como él mismo bautizó al género—, se movían por algo mucho más visceral, un instinto que superaba la deducción lógica y recaía en la experiencia propia de quien sabe hasta dónde puede llegar la perversidad humana.

 

Ahora bien, debemos comprender que Marlowe no se hizo solo; si tenemos en cuenta que todo fenómeno literario es consecuencia de un fenómeno editorial, reconoceremos con facilidad que la novela negra no habría sido posible de no ser por la revista Black Mask y su director, Philip Cody, «un hombre de negocios que tuvo la suficiente visión para introducir en la revista la nueva ola de literatura policial que comenzaba a fraguar autores como Gardner, Raoul Whitfield, Lewis Nebel y, sobre todo, Hammett».[iii] Gracias a la revista Black Mask se abrió un espacio de creación y, sobre todo, de lucro para los escritores más importantes del ya mencionado hardboiled, que en Latinoamérica se conoció como novela negra, ya que la traducción literal sería algo así como «hervido hasta endurecer», lo cual no tiene mucho sentido, a menos que lo veamos como una referencia a los tipos duros que se desenvuelven bien en ambientes violentos y quizá también a la icónica frase que dice: «El agua hirviendo que endurece el huevo es la misma que ablanda la papa; no importan las circunstancias, sino de qué estás hecho para afrontarlas». Y son precisamente esas circunstancias de extrema violencia y desencanto con las que tiene que cargar el detective de la novela negra, ya sea en sus inicios en la Norteamérica de los años veinte u hoy en día en Latinoamérica.

Todos los escritores de Black Mask fundaron el género con el arquetipo del detective privado que luego inmortalizó Chandler con Marlowe, quizá gracias al cine, que dio vida a su personaje y lo popularizó más allá de sus lectores de nicho. Marlowe es un expolicía que trabaja como detective privado, no para quien esté dispuesto a pagarle, sino para quien él quiera. Su adicción al licor y al cigarrillo es tan marcada como su éxito con las mujeres, a las cuales cede a su conveniencia, pero nunca en detrimento de su trabajo, como se ve en aquel pasaje de El sueño eterno en el que, por respeto al padre —un anciano que lo contrató para una investigación—, el detective rechaza a dos hermanas que se le ofrecen.

La personificación de detective establecida por Marlowe es muy similar a la de los otros detectives de la época de los años veinte y esta, aunque ha evolucionado a través de los años, se mantiene con ciertos rasgos que hacen que una novela negra sea lo que es.

Para escribir novela negra no es necesario que el detective creado sea un personaje calcado de Marlowe, pero sí resulta fundamental que, para que la innovación sea coherente, al menos entendamos los arquetipos sobre los que se funda el género.

 

 

Arturo Torres Moreno

Ciudad de Panamá

18 de septiembre de 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[i] Edgar Allan Poe, Cuentos, 1. Los crímenes de la calle Morgue. Alianza Editorial. 2005. Pág. 443.

[ii] Chandler Raymond, Todo Marlowe, RBA Libros 2017 Pág. 299.

[iii] Padura Fuentes, Leonardo. Modernidad, posmodernidad y novela policial. Ediciones Unión. 2000. Pág. 50.

20 septiembre, 2019by Arturo Torres Moreno

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